Elena III
Elena apretó a fondo, con bronca e impotencia, el acelerador en la oscura ruta. Se apresuraba por escapar, por llegar y salir de esa espantosa presión que le imponían los Mercedes negros que la escoltaban como a un carro fúnebre. Hace un rato que la escena de persecución se había tornado en un asfixiante apriete: uno, por delante; dos, por detrás. La incomodidad le ganaba, le corroía la poca paz alcanzada luego de matar a Alberto. Nada se había solucionado con eso. No podía dejar de repasar su vida, su génesis, su universo, aquél que era suyo, solo suyo, y de nadie más.
Cerró los ojos un segundo, mantuvo la mano derecha firme, fija, sobre el volante para mandar la otra hacia sus labios que apretaban un cigarrillo que hacía rato los nervios habían prendido rememorando su historia.
Regresó a su recuerdo, mientras, detrás y delante de su deportivo, los otros, burlones, provocativos, odiosos, hacían parpadear sus luces como señas, juegos, chistes en la ruta mojada hacia Santa Fe. Ella con doce años, con su primera arma, su mejor amiga, su bella pistola con silenciador cometerían su primer crimen. En aquel tiempo, debió ejecutar su primera misión: matar a quien molestaba al padre, al jefe, para provocar un cambio sideral en su vida. Así se iniciaría en el trabajo que revolucionaría todo, la curtiría y le moldearía una conciencia fría y odiosa que necesitaría para ser la asesina que era.
Para eso tuvo que ir a lo que consideraba el mugriento barrio de Belgrano, mugriento de gente de guita, no de basura como el sur, La Boca en donde apestaba a suciedad y a bosta. En su cabeza, explotaban y se organizaban, en breves parpadeos, los planos del lugar estudiados día y noche con gran concentración. Conocía de antemano cada espacio por el cual debía moverse, reptar, para encontrarse con guardias que esperaban asustados, alarmados, atentos, un ataque directo, un asesinato que destronaría a su rey. La partida de ajedrez estaba trazada y grabada en su mente, sólo había que ejecutar un bien los movimientos y empezar a jugar.
Ella con sus doce años, con sus manos aferradas a la pistola con ansias había descubierto lo excitante de trabajar y matar por dinero e intereses ajenos. Esa sed se había creado en su corazón, nunca tierno y necesitaba saciarla con muertes. Lo que le indicó su jefe, su padre, fueron diez pasos a seguir. Debía ser como el peón que cauteloso avanza sus casilleros de uno para alcanzar la anhelada coronación. Sus lentos pasos por el edificio, en el que había entrado burlando al portero, escondida en su disfraz de inocente colegiala provocativa: mochila, arma escondida, minifalda escocesa azul y verde, remera de tela, con escudo, que le marcaba sus pequeños senos. Una niña sensual e inocente ingresaba en las escaleras de emergencia como había sido indicado para evitar menor cantidad de guardias que se hallaban dentro del edificio y también para arribar más rápido al cuarto piso y así matar al otro.
Las escaleras, al pisarlas, creyó reconocerlas, pero su padre le había dicho que jamás había ido allí. Pero ella tenía una buena capacidad para recordar espacios desde sus seis años y le parecían esos peldaños haberlos pisado por aquella época. Su memoria no solía traicionarla, pero se convenció de que una salida de emergencia como aquella podía existir en mil departamentos de la Ciudad de Buenos Aires. Aferró y apretó el arma, contra su pecho como una plegaria al ver al primer guardia solitario que no la había percibido mientras usaba su celular totalmente abstraído en él. Guardó la pistola en la mochila pues no sobraban balas y debía aprovechar la estupidez de ese hombre que tendría que haber estado atento vigilando. Sacó una pequeña daga con la punta bañada en veneno, un líquido letal de efecto inmediato que no daba posibilidad de respuesta traído de la selva chaqueña. Calculó los pasos del hombre y arrojó el proyectil.
El lanzamiento fue certero. Se clavó, limpio, en el cuello del gigante, que dejando caer el celular al piso y tocándose el lugar en donde había sido hecha la punción sin comprender, sintió un temblor en el cuerpo y comenzó a desplomarse, pero antes de llegar al piso Elena tuvo tiempo de sostenerlo para evitar el espantoso ruido delator del cuerpo musculoso al chocar contra el piso. Entonces, arrastrando el cadáver a un pequeño cuarto de basura, cumplió con el cuarto punto: “escondé a la víctima”. El primer crimen humano fue encerrado y siguió su ascenso.
Al pasar el segundo piso, la misión continuaba con sus cauces violentos, pues otros dos hombres estaban en el descanso de las escaleras que subía cauta y la separaban del tercero. Los siguientes guardianes que defendían el tercer piso se encontraban más atentos que el primero. Caminaban como autómatas de un lado a otro en un escenario, parecían centinelas atentos al menor ruido. Elena, volviendo a sacar su arma y dejando la mochila en el suelo, esperó que saliesen de sus campos visuales que se perdiesen entre ellos, para, de esa manera, usar dos de las tres balas de forma efectiva. Al instante en que uno, el más cercano a ella, atinó a girar, y perdió de vista al otro, Elena con su pistola, apuntando fijo, acertó un balazo en el medio del pecho, directo al corazón produciéndole la inevitable muerte. El cuerpo, como ella había necesitado produjo el suficiente, pesado, ruido para que, alertado, el otro se diese media vuelta, alarmado, asustado, y un disparo atravesase su cabeza dando en el centro de la frente. Esos últimos cuerpos, no importaba esconderlos, sólo los había escuchado caer quien debía: el hombre detrás de la puerta roída con un dorado cuatro grabado a su costado.
Parada frente a la puerta que daba ingreso al edificio sospechosamente desconocido, empujó con suavidad y dio el primer paso en un espacio oscuro. Buscó una luz y, a antes de encenderla, reconoció la mullidez de la alfombra que pisaba. Ya con todo iluminado pudo ver que la nueva puerta que la enfrentaba y los ascensores de los costados le eran demasiado familiares y sintió que la certeza de que ya había estado allí. Mas, se negó a aceptar las semejanzas que su memoria le planteaba, recordaba que en los documentos no existía esa puerta, ni esa alfombra ni esos ascensores, a menos que el otro, su jefe, la hubiese engañado y la omitiese apropósito, pero ¿por qué razón?. Por suerte, el nombre grabado, dudoso, en una placa metálica que no correspondía a quien debía matar y no era conocido. Sin embargo, existía en ella, la seguridad, de que ese sitio lo había visto que había acompañado a su jefe cuando trabaja para otro, para el que trabajaba aún hoy con nombre de animal.
Luego de aquellas cavilaciones, sin más tiempo que perder, abrió la puerta con paciencia, se introdujo agachada al cuarto amplio y oscuro. Iluminado por las rendijas de la persiana, la silueta del objetivo indiferente a lo que ocurría a sus espaldas, se encontraba sentada en un sillón de terciopelo verde mirando por la ventana, ignorando la intromisión que sentenciaba su hora fatal. Avanzó a rastras, sin poder ver el rostro del hombre. Con la última bala cargada, la tercera, la vencida, la vencedora, disparó, atravesó, agujereó, la espalda del otro que dejó caer su cabeza y un objeto pesado al piso.
Con ese letal disparo había concluido su primera misión. Se debía ir, pero antes sintió la necesidad de sacarse la duda de quién era ese hombre y que conexión podía tener con el espacio ese que le resultaba tan conocido. Se acercó, sigilosa, para encontrar, al girar hacia sí el cadáver que había caído boca abajo con la espalda atravesada por un balazo, la revelación que le chocó con fuerza pues el rostro muerto que halló no fue otro que el de su jefe, su padre que tenía una parsimoniosa sonrisa y los ojos abiertos. Se alegró por no sentir tristeza ante la imagen muerta de quien la crío, y creó, asesinado por ella, con una novela caída a un costado y una nota en una de sus manos escrita en rojo, en donde se leía “Herencia”. La sacó de entre los dedos fríos y se puso a leer su contenido.
Elena:
Si leés esta carta quiere decir que superaste tu primer trabajo, tu iniciación con éxito. Nunca te revelé que lideraba el grupo de asesinos que integraba porque no quería ponerte en riesgo hasta que no estuvieses lista. Mi poder hace tiempo había comenzado a menguar y fue codiciado por un policía codicioso que está manejando la mafia del país y que ya te he nombrado. Aquel, a quien prefiero que no conozcas nunca, quiere destruirme para quedarse con todo. Pero no quería darle ese gusto a él, por eso decidí entrenarte para que pudieses sucederme. Por eso te obligué a no querer, porque una vacilación hubiese arruinado todo. Necesitaba que me mates y que luego eso no sintieses nada parecido al dolor para que no fueses débil y serás mi sucesora. Nunca van a sospechar de que una niña es la que lleva las riendas de mi grupo y no se animarían a tocarte pues aún hay ciertos códigos que se respetan en nuestro círculo.
Siendo niña serás dueña de un negocio que deberás defender, mi muerte los desliga del poder de ese ser repulsivo y les da la oportunidad de formar algo nuevo. Tendrás aliados como Raúl y Marta que eran mi mano derecha y serán los que pongan la cara en todo hasta que tengas edad de dirigir. También, tendrás enemigos que deberás destruir u obligarlos a que te sirvan. Sé inteligente en tus decisiones y elecciones, busca gente confiable y manipulable.
Ahora que seré abrazado por la Muerte te revelo otro secreto que aparecerá cuando lo necesites, porque la sangre llama a la sangre: un hermano. Marta guarda toda la información para que lo ubiques y él te podrá ubicar, puesto que es mayor y te conoce, cuando lo deseé. Lo aparté para que esté dentro del grupo enemigo, en su momento, lo reconocerás. Y ahora que sé que no te importa te escribo lo que nunca pude decirte a la cara:
Te quiere, tu papá.
El primer golpe, que finalizó el viaje rememorativo, fue dado por uno de los Mercedes de atrás, que produjo la desatención y el descontrol del deportivo en la ruta. El coche como un trompo golpeó con la cola del de adelante, sin dejarla evitar, a Elena el vuelco en la banquina izquierda. Sin control, su auto dio tres vueltas y acabó boca bajo, en pleno campo, en plena nada. Arrastrándose, salió, semi-inconsciente, viva, por la ventana, Elena, sangrando, cortándose con vidrios sus piernas, tosiendo sangre, cayendo al pasto, desmayada.
Los pasos pesados de varios hombres se acercaron a la hembra entregada e inconsciente. Enormes, con camisas y pantalones de jean, oscuros rostros cubiertos, la agarraron para llevársela. El único de cara descubierta, sínico, en la oscura noche de la ruta, con una esvástica tatuada en la frente calva, era un hombre alto y flaco que se dirigió hacia Elena, la subió a su hombro cual fardo y volvió a los tres Mercedes estacionados en la ruta arrojando el cuerpo en uno de ellos.
Molinedo II
- Ángela, nada es fácil- exhala Francisco, en la sucia cama de habitación de un cabaret de Flores, el humo del cigarrillo, las palabras se diluyen en la descarga de una noche agitada, como hace años, siglos, no había tenido.
– La mierda, la muerte nos rodea, querida.- Continúa.- Hoy encontramos a un suicidado, a un tal Alberto, en un departamento, que nos cantó un tipo que escuchó una discusión y después un tiro. El muerto dejó una carta explicando la causa: una traición de un tal Raúl y hasta ponía, bien clarito, dónde ubicarlo. Es muy dudoso el suicidio. El absurdo texto que contiene la carta demuestra que es una historia que no puede narrar alguien con ganas de matarse y la letra es sospechosamente femenina. Y no vieras la postura ridícula en que lo encontramos. Los peritos notaron, en las muñecas, marcas de soga que lo apretaron contra el respaldo de la única silla del lugar.
- ¡Ah, un circo importante! –exclama la rubia, algo obesa, sudada, desnuda con una sábana tapándole de la cintura para abajo, sujeta al cuerpo de él, también desnudo el pecho, tapado todo lo demás.
- Sí, un gran circo. Salimos con Felipe, el pibe nuevo, ese que no les gusta a tus chicas, hacia la casa de ese tal Raúl a buscar respuestas. Cuando llegamos, nos encontramos con un grupo de la treinta y ocho trabajando en nuestro edificio. Preguntamos qué hacían allí, nos contaron que había habido un asesinato y habían dejado el departamento patas para arriba. Encontraron todo revuelto adentro, cajones, cajoneras, baúles, armarios, y un muerto con mil nombres. Comenté que buscábamos a un tal Raúl que vivía en el segundo “B”. ¿A qué no te imaginas quién era?
- ¿No sé?- responde aburrida, mientras un dedo mojado por sus labios baja del cuello a la tetilla de él, ida y vuelta.
- Arlequín, querida, Arlequín.
- El tipo que te buscaba por acá, ese que era tan buen mozo, pelo largo canoso – sonríe mostrando unos dientes blancos y poco amigables.
- Me quedé helado.- Aspira el humo del cigarrillo, ella mantiene la sonrisa y le pide con la cabeza que le dé una pitada a ella, Francisco le posa el cigarrillo en los labios para que ella aspire.- En fin, uno de los nombres era Raúl. En el lugar, hallaron sobres, documentos, papeles, con el nombre de Alberto, de un tal Esteban y otros que no sabemos dónde encajan como un tal Mapuche y una tal Elena, aunque cuando nombraron a esta mina Felipe pareció sorprendido, pero cuando le pregunté si sabía algo me dijo que no que posiblemente era de la banda de sicarios y que lo sorprendía el hecho de que haya una mujer en ese mundo. Yo no la conocía… Conozco pocas minas. Cuando subimos al departamento, nos encontramos con el muerto, como te dije, con Arlequín. ¿Podés creerlo? Dios me puso las piezas de un rompecabezas que empezó en tu cabaret para que arme una red increíble. Ese Arlequín me había venido a buscar dos semanas atrás para hablar de una banda de asesinos, lo creíamos loco por lo nervioso que hablaba y como movía los ojos, ¿te acordás? Se quedó varías noches. Y ahora esa carta, las muertes.
- ¡Qué cantidad de emociones, querido! Recuerdo a ese Arlequín, un tipo pintón, barba, flaco, alto. Era raro no deseaba a ninguna de mis nenas, sólo hablar con vos. Te esperaba cada noche, solo, con su whisky, fumando y fumando.
- Fue extraño, sí. Verlo ahí, muerto. Un tiro a traición en el pecho según los forenses. No había signos de que se hubiese defendido, insisto, fue traicionado, asesinado y el lugar revuelto por más de un hombre según los canas que estaban laburando la escena. ¿Entendés el quilombo que es esto? – Ángela sólo atina a asentir mientras le quita el cigarrillo acabado de entre los dedos a Francisco que parece poseído y lo apaga en un cenicero que se encuentra en la mesa de luz.- Encima el primer muerto, ese tal Alberto está relacionado con un caso en el que trabajé hace veintidós años y no había podido resolver. No sé si te acordás, unos militares asesinados por un hombre que dejaba unas balas grabadas con tribales. Crearon una mentira para taparlo y de paso justificar el asesinato de montoneros que habían chupado. Ese hombre se suicidó, por decirlo de algún modo, con una de esas balas y se declaró culpable, orgulloso, de los crímenes, lo que me parece una gran estupidez. También encontramos una foto de él besando a un pibe que gracias a papeles que tenía Arlequín sobre el grupo de sicarios pudimos relacionar con ese tal Esteban, rubio, flaco, alto. Mirá, la foto está en el bolsillo del saco.
- Insisto, cuántas emociones, gordito… a ver…- se ríe sin querer parecer burlona, sus pechos tiemblan cuando estira la mano para tomar la foto del bolsillo, la estudia sin reconocer a nadie, la vuelve a guardar en su lugar.- Ni idea quién es, mi cabaret no satisface a homosexuales. Y ese Arlequín, Raúl, era parco, como dijiste, un poco nervioso, pero conmigo fue bien macho. Nos acostamos una vez y fue tan intenso.
- ¡Cómo, te acostaste con él!
- Bonito,- se vuelve a acomodar en el pecho gordo- no vivo de tu protección. La plata me la gano aún con mi cuerpo.
-Perdón, linda. – Saca otro cigarrillo de su mesa de luz, en silencio y concentrado, mirando la pared, lo enciende, mientras que siente el cuerpo semidesnudo de ella y su mano que baja hacia sus genitales.- La noche de hoy fue demasiado, así que no vendría mal un poco más. Disculpa si te aburrí necesitaba vomitar todo. Sé que no tiene sentido la narración de los hechos, ni su escritura, pero era necesario el exorcismo. Hay una locura de piezas sospechosas que se juntan y… acá estoy, con vos, tu cuerpo, sin creer en nada…sólo en tu cuerpo… vamos por otro…que mañana arranco temprano…
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