domingo, 24 de agosto de 2014

Quinta entrega

Elena IV

…estoy viva, si no, no podría pensar en nada, sucesión, mi pensamiento, mi pensamiento, la oscuridad es total, no sé si tengo los ojos tapados o he quedado ciega, pero muerta no, no, porque no pensaría, no articularía estas ideas que se reproducen, sin parar, no puedo frenar, es increíble cómo trabaja la mente cuando se recupera, cuando no duerme, o quizás sea un sueño del que no despertaré, ¿la muerte?, no hay despertar si no puedo mover mis extremidades, si no veo el mundo con mis ojos, si no lo tanteo, nada podrá existir entonces, ni mi pensamiento, por lo tanto, si pienso es que no, no estoy muerta, me atraparon, me hicieron la cama a mí, tan viva, ahora estoy en los brazos, en las garras, del enemigo, desearía recobrar el mando de mi cuerpo, dejar de estar pasiva en no sé qué sitio…

…escucho voces, por fin uno de mis sentidos me otorga un dato externo, percibo el viento sobre el metal de un auto, voces de hombres, gruesas, violentos, me bajan, me arrastran, brazos que me manosean, podría abrir los ojos, mejor esperar, abren una puerta con llave, me meten en un nuevo espacio donde me sientan y esposan a una silla; percibo la humedad de un sitio asfixiante, pequeño, el sudor, la sangre, el cuero, la pólvora anhelante de dispararse, me concentro en una voz en especial, por sobre las otras, rasposa, extranjera, con temor, reconocida, odiada, Ludovic, un esbirro del Big Fish, el mejor y el más sádico que oye atento la orden de su superior, por teléfono, me doy cuenta, por el silencio sumiso que alterna con palabras violentas, sus órdenes serán cumplidas, soy un estorbo para él, me quiere muerta, pero antes me hará sufrir, lo sé, el sádico gozó torturando montoneros y judíos en los setenta en centros clandestinos de detención en su juventud, donde se curtió, logrando que la sangre, el dolor ajeno, lo hiciera disfrutar de la sangre, del sufrimiento, me duelen los golpes, mis extremidades rasgadas por el asfalto, la vereda mojada, el barro caluroso, oigo pasos yéndose, dejándome sola con el alemán que pisa firme, al compás, me rodea, ahogando el ruido de la puerta al cerrarse, me tienen atrapada, como lo tuve hace horas a Alberto, la cazadora cazada, por qué, qué locura es está, acaso no hice todo lo que me pidieron, mierda, no se puede confiar en nadie, cómo salgo de esto…

- Muñequita, tanto tiempo. Estás como siempre te quise, dos horas de viaje inconsciente, no estás acostumbrada ¿no? Cuando recuperes el conocimiento por completo hablamos.

siento su respiración sobre mi cara, siento asco, luego su lenta separación, sus pisadas alejándose, la puerta abrirse, de nuevo, y cerrarse para despedirme, dejarme descansar para su sádica diversión.



Molinedo IV

Humillado, en la silla de su oficina, sucia, pequeña. No entiende cómo se le escapó ese pendejo, cómo no previó que no estaría solo, cómo desoyó los gritos de advertencia. Se recuerda aún, en ese pasaje, con el pibe retorciéndose por el disparo, la sonrisa del otro, la puta sonrisa que no supo interpretar. Lo tenía a tiro, era un segundo, agacharse y poner las esposas. Lo primero pudo hacerlo, pero lo otro fue imposible. Cuando se acercó lo suficiente al herido, un golpe brutal lo tumbó en el suelo. A los veintidós minutos, despertó, rodeado por refuerzos con Felipe a la cabeza que los había seguido en su patrullero pero dijo que los había perdido en mitad de recorrido. No sabe por qué no le cree, pero lo tiene que aceptar. La humillación de la derrota se dibujaba en el rostro de todos, algunos mostraban una sonrisa socarrona ante el vencido. Para peor, enciende la televisión y las noticias lo muestran caído, levantado por un cabo como si fuese un ebrio. Lo peor es que en ese acto, de su gabardina, cae la petaca de whisky, lo que hace estallar de risa a las personas que están allí, tanto civiles como uniformados. Otra vez, el ridículo. Ignoran lo que destapará y descubrirá. Esa tarde, mientras continúan las pesquisas en el departamento de Raúl y el sitio donde fue encontrado, suicidado, Alberto, dará una conferencia de prensa.

Ahora, en la soledad de su oficina, la petaca famosa sube hacia los labios, el whisky baja por la garganta calentándola, calmando. No sabe qué hacer, apaga la tele que se burla de él y escucha que se acercan alguien con pasos lentos. Patean la puerta, despacio, ingresa Felipe, con una caja pesada, con papeles que sobresalen, que tapan algo que pesa más que unas simples hojas y carpetas. En otro momento hubiese desconfiado y hubiese revisado el contenido, pero está agotado del juego de las intrigas y prefiere confiar. Se siente más viejo, más accesible, no puede perder tiempo en deducciones paranoicas de complot.

- ¿Qué es eso?

- Archivos y datos del caso, bastante para unas horas. ¿Qué veía?

- Los Simpsons. A esta hora es lo único serio que hay, los repiten, los repiten y no me aburro. Esos dibujitos descomprimen, te hacen pensar en otra cosa y te liberan de todo lo que te quemaste en el día, te dejan un poco más relajado.

Felipe lo mira extrañado, sobrador, pero acepta la respuesta que el otro le da.

- ¿Va a dar esa conferencia que tiene pensada para la tarde?

Francisco lo mira extrañado, incrédulo ante la altanería juvenil y sobradora del otro.

- Sí, qué sé yo. Mirá. No es un capricho. Tampoco una revancha. Pero, entendé, con estos descubrimientos puedo cambiar mi imagen.

- Puede ser. ¿Qué hago con la caja?

- Dejala por ahí cerca y si entre esos papeles tenés los resultados de ADN del pendejo al que le baleé la pierna, te lo agradecería.

Felipe asiente y apoya, en un piso gris y frío, la caja pesada como muerto. Mete la mano entre los papeles que sobresalen, no muy profundos, sin mostrar más que folios. Saca lo solicitado, lo entrega a Molinedo que lee atento. Se desalienta. Reconoce que está bailando con la más fea, la horrible. El joven, que se escapó, al cual le disparó, no existe para los registros de la Federal ni de la SIDE. Tampoco hallaron nada del otro, del animal que lo bajó de un golpe. No existen. Se llena de indignación ante los resultados, se enfurece.

- ¿Por qué mierda sos tan injusto Dios, la puta madre? ¿Esta es la eficacia de la tecnología del siglo XXI? ¿Esto es la perfección del biopoder que controla el mundo? Mierda, si todavía existen los fantasmas. Escuchame, pendejo, a estos los está tapando gente pesada. Escuchame, que no me equivoco.

Felipe lo mira con desinterés, especulando un insulto que calla, pero se anuncia en su boca, se asoma. Su parsimonia contrasta con la bronca de Francisco que parece poseído, desahuciado, al borde de una crisis.

- No sé, jefe, todo se pone cada vez más oscuro, ¿no sería mejor que se quede en el molde? ¿Hasta dónde se quiere hundir?

- ¿Vos me estás cargando, pendejo? Necesito salir de las sombras de este lugar de mierda, estoy sumergido, hace años, en la nada, en la muerte, por ese hijo de puta de Alberto. No es un capricho mi lucha, es el intento de conseguir una nueva oportunidad. El destino me pone esto para que culmine lo que me detenía, para que por fin consiga que haya un solo hecho de justicia resuelto. No me conociste a tu edad, era toda una promesa, pero ese sorete que apareció muerto esta madrugada fue el caso que nunca resolví y arruinó mi carrera.

Felipe lo observa silencioso, prestándole atención por primera vez a la venda que cubre la cabeza del otro, retrocediendo, de frente, hacia la puerta de salida. Molinedo se exacerba ante cada palabra que explota de su boca y la venda parece querer desenrollarse ante la inminente ebullición de su frente.

- ¡Por eso nadie me respeta! No, señor, no voy a parar hasta tener a ese pendejo del orto en mis manos. Sacarle toda la información, meterlo en cana. Si tengo que usar a los medios para acorralarlos, lo haré– se señala la cabeza con su índice indignado.- ¡Ves esto! ¡Alguien me golpeó porque estaba a punto de atraparlo, de saber la verdad! ¡Y, tenés el tupé de sugerir que me retire! No entendés nada, te falta experiencia, necesito salir de estas cuatro paredes. Para vos está bien ahora, pero yo tendría que estar en otro lugar. Me cagaron la vida y la quiero limpiar. Pasé de ser una eminencia a un viejo inútil al que llaman, burlones, el detective gordo y gris.

El decaimiento patético del discurso de Francisco produce rechazo en Felipe que se acerca hasta el bolsillo de su camisa de donde sobresale la petaca y la señala.

 - A un borracho como usted es difícil asociarlo con una imagen respetable. Sólo quería ayudarlo a que tome la decisión correcta, pero si es terco corre por su cuenta el peligro. Una lástima.

Molinedo se levanta indignado, enfurecido, humillado, mientras el otro gira sobre sus talones y sale ignorándolo, cerrando la puerta en el rostro antes de que exploten su indignación, su furia contenida, su decepción creciente.

- …Pendejo vení para acá… pendejo…


Cae sobre sus rodillas, sollozante, vencido, agotado y aún no pasó la mitad del día. 

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