domingo, 14 de septiembre de 2014

Octava entrega

Molinedo VI
Mapuche IV

La suerte, a veces se presenta como una perra infiel, otras no tanto, se deja acariciar y parece moverle la cola feliz, por fin, a él, a Molinedo que maneja por La Boca para reencontrarse con su subalterno, con el joven que lo ofendió y parece ofrecerle buenas nuevas: ha apresado a los dos buscados. Se mueve silencioso por el oscuro barrio que mezcla ruidos de autos lejanos, cumbia y ladridos en su ambiente donde la Bombonera, de fondo, en esa noche espesa y lúgubre, parece un gran cementerio que anuncia fatídicos augurios.

Llega al punto pactado, estaciona, desciende despacio. Golpea la puerta con los nudillos, desconfiado. Ansioso, en busca de una reconciliación forzosa, de una respuesta, prende un cigarrillo. Felipe le comentó que los tenía a Esteban y al que lo golpeó, pero no le aclaró cómo los había capturado. ¿Se lo explicaría allí?, en ese galpón abandonado con frente derruido rojo, al costado de una gran persiana oxidada que no se abría al parecer desde hacía tiempo. También le explicó que sólo hablarían con ellos, que si los exponían ante algún medio o la justicia eran capaces de matarse. Vuelve a golpear, por falta de respuesta, la puerta roja, saca su cigarrillo de los labios para besar la petaca con whisky que liquida de un trago.

Silencio. Espera. Silencio. Camina de la puerta al auto, y del auto a la puerta. Se frena al escuchar las pisadas livianas, seguras, sobre charcos de agua del otro lado. El cielo amenaza con una tormenta como la de la noche anterior. Quizás Felipe se burla, como toda la Fuerza, se ríe de su destino. Termina el cigarrillo y lo pisa mientras se mortifica frotando sus manos y moviendo los pies como parabrisas en el lugar.

- ¿Molinedo?

- Sí, Felipe, soy yo, abríme.

Se oyen ruidos de llaves entrando en el tambor y girando. Saca del atado otro cigarrillo que prende para disimular el nerviosismo. Ve por la rendija de la puerta que se abre lentamente, una tenue luz interior, débil, escasa, que no le permite distinguir ninguna silueta. Se abre por completo y recibe la imagen de Felipe, sorprendido, con un arma extraña, no reglamentaria apuntándole. La luz le hace reconocer que es el arma del asesinado Alberto, Excalibur, la que le apunta directo al pecho, al corazón. La confusión es increíble.

- Linda arma ¿no? No la íbamos a desperdiciar en los cajones del juzgado, ¿no se merecía ese encierro?

- ¿Explicame qué está pasando?, ¿por qué me estás apuntando?, ¿tenés al pendejo o me estás jodiendo?

- Lo tengo. Callese y marche para adentro. Hay muchas cosas que debo explicarle- responde Felipe amenazante, mostrando los dientes, provocativo, retrocediendo para controlar que Molinedo no haga ningún movimiento raro que lo lleve a perder la posición dominante. Francisco lamenta su ingenuidad, su imprudencia, no haberse dado cuenta, haberlo negado, como un boludo, de que el pibe no era un novato. Felipe está detrás de un asunto groso, Altagracia no se lo había puesto por un capricho, necesitaban que la mierda de Raúl y Alberto saliese a flote para taparlo de esta manera. – Saque su arma, lento, que pueda verla y apóyela en el piso.

Molinedo hace lo que le indica el otro, bajo una atenta mirada, seca, que no invita a ninguna forma de rebeldía, de intento de frenar el absurdo de un subalterno imponiendo órdenes, controlando el hecho con extrema perfección. Luego de apoyar el arma, lento, en el piso, Felipe se arroja veloz, la toma y le apunta con ambas armas, la suya y la del asesino que desencadenó este presente de traiciones.

Con la punta de las armas, Felipe le señala el camino que debe seguir a Molinedo que avanza despacio, temeroso, confuso, por un patio enorme que sirvió de pulmón a una abandonada, fantasmal, fábrica de telas, que ahora se muestra como un cementerio de fierros, óxido, chatarra y agua acumulada en el piso, un infierno en el que caminar lleva, inevitable, a pisar clavos y tornillos, géneros de tela podridos. El frío húmedo del espacio contrasta con el calor de afuera, la luz es menos que tenue, casi anda a ciegas, dirigiéndose a una puerta alumbrada. Se detiene, indeciso por entrar o no allí. Felipe mueve la cabeza, con los brazos rígidos hacia adelante, apuntando, ayudándole a decidirse a que empuje e ingrese para descubrir a los capturados.

La luz del interior lo enceguece a causa de su potencia. Abre y cierra los ojos, veloz, para acostumbrarlos a la sorpresiva luminosidad que contrasta con lo anterior, con el pasillo y las puertas que se vislumbraban como tumbas de viejas oficinas. La adaptación es más rápida de lo que creía, percibe, como un Adán, mirando hacia arriba, los diferentes objetos, que nombra a medida que descubre y recobran realidad. Techo, goteras, moho, largos tubos de luz incandescentes, caños gruesos y oxidados, más de diez, recorriendo, como serpientes, el techo, bajan por las paredes despintadas, corroídas, en donde, en una de ellas, la que lo enfrenta como un destino inexorable están inconscientes, apresados, esposados en los gruesos caños, el muchacho, Esteban, y otro hombre, moreno, bestial, con rasgos aborígenes, probablemente, quien lo golpeó en el instante en que tuvo la dicha en sus manos. Se adentra un poco más reconociendo que la escapatoria de allí, en donde hay dos presos, es imposible. Felipe lo acorrala con las dos pistolas apuntando a su cuerpo rendido.

- Hasta acá llegó su investigación. Me cae simpático, por eso he decidido perdonarle la vida y explicarle qué fue lo que estuvo ocurriendo en estas horas en que usted descubrió lo que no debía, para que le vea un poco la cara al terror y aprenda a callar. Conozca a estos dos cadáveres inconscientes que representan el fin y la imposibilidad de develamiento de cualquier tema que toque a Raúl o Alberto. Cómo explicarle– sonríe burlón, Felipe, mirándolo, confidente.- Estos tipos son, eran, perdón, eran, dos asesinos profesionales, sicarios, conectados con gente tan pesada que nunca podrías levantarla ni con todas tus fuerzas. Eran rebeldes, querían delatar a quienes estaban arriba de ellos y trabajar de una nueva manera, locos.

La voz ya no es la misma, el cuerpo menos aún, está más grande, más adulto, como un superior, alguien que ha recorrido en un breve periodo más carrera que yo, un viejo, gordo y frustrado policía. Este día que se inicio en una noche de pesadillas ayer cae como plomo sobre mí. Me doy cuenta, tarde, de que no estoy para estos trotes. Observo, como saca de mí la mira, deja de apuntarme para dirigirse hacia Esteban, con seguridad y amenaza.

- Sé que entenderá, Molinedo. Estoy más allá de lo que imagina y no puedo, bajo ningún concepto, dejar que ningún policía inepto, viejo, torpe, atrape a estos que no son más que títeres. Quien está detrás de esto sabe mucho, de sus encuentros con Raúl, de que lo había contactado, él a usted. Ahora mire y después le cuento la parte más importante del caso. Pero para eso nada más quiero dos interlocutores.

Las dos armas se detonan con violencia sobre el cuerpo de Esteban que inconsciente se convulsiona y estalla en sangre, por las heridas humeantes, por la boca y los oídos. A causa de los disparos el hombre moreno, el posible golpeador, se despierta, espantado. Molinedo, boquiabierto, observa la brutalidad, la frialdad, la simpleza con que Felipe mató a la pieza clave de su ya destruido rompecabezas, ve su posible redención hecha trizas, descuartizada y destruida en esos dos certeros balazos, mientras que el otro se acerca a la bestia que retuerce su espalda contra el caño intentando liberarse, gritando e insultando con desesperación.

- Mapuche, ¿no? Calma, ya sé que es una fea forma de despertarse. La ciudad no es como la tribu de salvajes.

El hombre brutal responde, haciendo honor a las expectativas, con un brutal y descomunal rugido que provoca un temblor en el caño que lo retiene, que hace parecer sogas a las cadenas que lo apresan.

- ¡Hijo de mil puta! ¡Por qué mataste al pibe así!

Felipe mira sonriente al hombre desaforado, a la vorágine de insultos e improperios que explota, haciendo caso omiso y volviendo apuntar a Molinedo que mira todo estupefacto.

- Acá se termina su investigación. No hay más. Pero tengo ganas de seguir contándole todas esas historias que le hubiese costado años descubrir, vidas. Resulta que este animal maleducado es un asesino profesional, pero no cualquiera. Este se cargó con Alberto a un jefe militar de Mendoza que tenía tierras que habían sido de los suyos. También tenía a dos sicarios, Costas y Reyes si no me equivoco– deja correr un leve silencio que gana la atención del indio que ya no grita ni insulta.

Este qué dice, quién es… que rol juega… asesino, hijo de putasi me llego a liberar… y ese gordo callado… Costas y Reyes, te escucho, te escucho, habla.

- Así me gusta. Resulta señor Mapuche– Felipe, parado, entre medio de los dos hombres, con sus brazos extendidos en cruz apuntándoles, confiado, magnánimo, mientras que los de Mapuche se contorsionan, mueve las muñecas cortando el caño que lo apresa gracias a la fricción de las cadenas.- que quien proveyó de asesinos a Irigoiti fue su jefa, Elena. No sé si estaba enterado de que fue ella la que envió a asesinar a su familia, bajo consejo de Marta para que se les una.

…miente…miente… me quiere volver loco… miente… cadenas de mierda…

- ¡Mentís, sorete! ¡No te voy a escuchar!

- Miento, miento– canta, burlón, Felipe que se acerca a una mesa repleta de papeles, de carpetas, de archivos, de pruebas que provienen del caso Alberto, de la casa donde fue hallado el cuerpo muerto de su mentor, Raúl, que Molinedo, público principal, reconoce. – Habría que discutir filosóficamente qué son la verdad y la mentira, hace un rato el tipo que ves callado, parado ahí como un idiota pensaba que yo era un pichi, un novato y ahora no puede mover un dedo, no ves ¿cuál es entonces el parámetro de lo verdadero? ¿El yo que éste creó en su cabecita o el que ve ahora ante sus ojos idiotas? Ves estas carpetas y papeles, bueno, es documentación que comprueba lo que te digo. Alberto, cuando te acompañó a llevar adelante tu venganza, descubrió algo que le sirvió a Raúl para llevar adelante su revancha contra Marta quien le había hecho la vida imposible por años. En la oficina del milico encontró una carta firmada por ella y Elena, acá tengo el original, en donde se cierra el pacto para asesinar a tu familia y dejarle las tierras a tu pueblo. Estaba planeada la muerte de Reyes y Costas, la aceptación de ese sacrificio, la venta de sus vidas, solo te querían a vos.

no puede ser…. esto no puede ser cierto… le creo… quiero ver esas pruebas… acercate… eso me gusta… seguí que voy a comprobar todo… y ese policía, ese gordo que mira la nada, es el mismo que corrió hoy a Esteban, muerto, muerto…

- Su plan, el de Raúl intentaba sumarte a ellos, a los liquidados, para enfrentar, si sucedía la sedición, a Elena y empezar como un grupo separado, con otros métodos. Todo le hubiese salido perfecto si la mina no hubiese sido más viva, convencerte, engañarte para que los maten antes. Si te llegaba esa carta hubiese sido su gran noticia, una carta que por temor, o por determinación de su maestro, jamás te entregó Alberto. Leí la historia que venía escribiendo Raúl en diversos papeles desordenados, como para hacer una novela. Cuenta que asesinó a Marta, envenenándola mientras ustedes estaban en una misión, como a un perro, y se las tomó. No supieron nada de él, ni Alberto estaba enterado de su paradero aunque era el más nervioso. Luego narra que volvió a moverse en las sombras, hasta contactar con Alberto. Allí conoció también al muerto este, Esteban, de quien Alberto estaba enamorado. Ah, y cuenta que se juntaba a tomar con este boludo y que vos lo espiabas en el cabaret haciéndote creer que no te veía– Felipe ha dejado de apuntar a Molinedo, boquiabierto ante esa obra trágica y absurda que no comprende, para acercarse al cuerpo agitado de Mapuche, para ponerle a Excalibur cerca de la sien acariciándola con la punta de arriba hacia abajo, provocador. – ¿Sabés qué más había entre los documentos? La carta de él, muy dulce– estira su mano hacia los papeles y, como si lo hubiese ensayado hace meses, saca, de entre todo ese desorden, lo indicado y lee…

es la letra de él, de Alberto, la reconozco, la estudié… no puede ser…mierda…no puede ser…

 - “Querido amigo: debo disculparme y serte franco. Cuando fui a ayudarte, iba a buscarte para que te unas a nosotros. Era mi primera misión, pero desconocía que había una parte de la misión que se me había callado: el sacrificio de los tuyos. Al descubrir una carta de Buenos Aires, de Elena y Marta, arreglando con el milico, no pude entenderlo y callé, quizás por miedo y confusión. A la vuelta fui felicitado por traerte. Luego le mostré esa prueba, ese escrito que hallé en esa oficina del sur donde lograste recuperar tus tierras, a Raúl que me informó sobre todo lo que había planeado Marta por diversión y fidelidad a un juego criminal. Sí, Elena lo aceptó y fue quien mandó a liquidar a tu familia y yo, el cómplice fatal. Estás en todo tu derecho de odiarme y venirme a matar, pero hago esta tardía revelación para que entiendas, para que decidas unirte a nosotros que nos separamos de Elena y su grupo internacional. Queremos cambiar el laburo, nuevos modos. Deseamos tenerte junto a nosotros. Dependerá de lo que seas capaz de perdonar a un cobarde. Hasta pronto. Alberto.”

…las cadenas… las cadenas cortaron el caño… Elena, hija de puta… puedo sacar la cadena… estás al horno rubio…

- ¡Qué tierno! No te pare…- el golpe de la cabeza de Mapuche en su cara es brutal, lo noquea, lo hace caer de espaldas como muerto, las dos armas caen de sus manos. El indio se mira el cuerpo, sin entender, teniendo que mirarse por completo para reconocerse bañado en la sangre de su amigo. Mira hacia él, acariciando sus muñecas sangrantes a causa de las esposas. Esteban, esposado, con la cabeza colgando, muerto. Luego dirige la vista al asesino tirado sangrando inconsciente, a Molinedo quieto, mojado en su entrepierna. Se acerca a la carta de Alberto y los papeles.

…esto es increíble…  Elena, hija de mil puta… policía, hijo de mil puta… así que había mandado a matar a mi familia, ella… es la letra de Alberto… y estos documentos corresponden a los del archivo faltante en la oficina… son las fojas de la carpeta 55… me los llevo… la voy a esperar a esta hija de mil puta… la voy a esperar… pero no sólo… usted joven, asesino, inteligente, me va a acompañar…. venga para acá… es pesadito… y este idiota… parece un zombi…

- Discúlpeme, por el golpe de la mañana. El destino nos cruza dos veces en horas. Me llevo al muchacho que parece una enciclopedia sobre chismes del hampa nacional. Quédese tranquilo, no le haré nada a usted si no habla sobre este muerto. A mí me duele más que a nadie este silencio, pero necesito respuestas. Todos las necesitamos. Las mías son muy urgentes. Suerte.

El indio pasa a su lado, con firmeza, cargando el cuerpo inconsciente de Felipe. Francisco no puede evitarlo, está congelado, petrificado, pensando en ese final, en que ya nada tiene solución. Observa cómo se aleja el gigante con el traidor al hombro, cómo le tira su arma y se lleva la Excalibur como un trofeo, como un recuerdo soñado y perdonado, un emblema de venganza.

Elena VII


Todo se fue a la reverenda mierda. Acabo de escapar de la muerte, por poco… ¿por cuánto? Ya el pensar en huir parece absurdo. Estoy hecha mierda, física y espiritualmente, agotada. Este infierno es terrible. Victoriosa de una batalla, voy por esta ruta, pero no de la guerra, volviendo a la capital en busca de ayuda, de encontrar con vida a Esteban y a Mapuche, si siguen vivos. Los necesito para resistir y no caer sola, el Big Fish nos quiere fuera del juego del que soy parte por el sólo hecho de participar y sentirme viva, falsa, pero viva. Pensar que alguna vez llegaría a coronar y ahora todo ha cambiado, es increíble. Big Fish no nos permitirá seguir en paz, abrirnos, ni cerrarnos, nos mandará más gente. Ludovic era el mejor, pero era uno más, uno de tantos, por el mundo, por acá, por su tierra. Ellos son más, nosotros, con suerte, tres. Maldición, es todo una tragedia, mi vida, una locura; empiezo, tarde, a darme cuenta de que mis errores se alimentaban por el tedio. La venta de la agencia, de nuestra fuerza de trabajo, sólo provocó a Raúl, aconsejada por el odio de Marta quien ideó la forma de sumar a Mapuche, de hacerlo nuestro, nuestro mejor hombre, nuestra arma secreta. El método no fue el más bondadoso sin duda alguna, pero fue el único que se llevar adelante: masacrar a su familia para que nada lo atara y pudiese entregarse a nosotros como amigos y familia. Fui una mierda. Pero ¿por qué pienso en esto? ¿Intuición? Al carajo, no me tengo que estar arrepintiendo de nada, menos tener miedo. No sé siquiera si lo encontraré vivo. Malditas ansias, no puedo controlar más la situación. Debo llegar a nuestro edificio, donde el hijo de mil puta de Raúl hizo mierda a Marta, donde la envenenó y la dejó muriendo, con el cuerpo contraído, Como a un perro, esas fueron sus palabras antes de irse, antes de cruzar el umbral de la Agencia para nunca regresar en esa grabación que había visto fascinada. La traición de un tipo que había sido la mano derecha de mi viejo y quizás su único amigo, el vaciamiento de nuestros archivos de Mapuche, la historia. Esas acciones nunca las hubiese esperado, Raúl, tan muerto. Ahora estoy sola, manejando, sabiendo que no hay escapatoria posible, que Big Fish ya debe estar enterado de lo ocurrido con Ludovic, que vendrá, con otro u otros. Me siento acorralada como animal desesperado. 

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