Mapuche V
No lo puedo creer, Elena, no lo puedo creer, no lo puedo
creer. Este hijo de puta que traje quedó noqueado. No se levanta, encadenado al
mueble de la oficina de ella, donde pienso llevar adelante mi venganza. La
espero hace más de cuatro horas en esta Agencia que ha funcionado como centro
de operaciones y reunión. Quizás este tipo tiene información sobre el paradero
de Elena. Si bien no tengo la certeza de que venga, sí, la corazonada, te ruego
ayuda Neguachen. Despertaré al cautivo para ver qué me puede contar. Por aquí
tiene que haber whisky o alcohol. A ver… a ver… por acá… bien, seis botellas de
alcohol, bien, servirán para jugar con Elena más tarde. A ver, por aquí. Un trapo.
Vamos a tirar mucho alcohol en él para ponérselo en la nariz al rubio, así.
- Fuerte, ¿no? – Abre los ojos celestes desesperado, se
contorsiona al recuperar la consciencia y verse atrapado, parece un felino
furioso- Tranquilo, te necesito
tranquilo y despierto así contestás una pregunta ya que sabés tantos secretos
nuestros. En la fábrica mostraste ser un gran conocedor, debes de trabajar para
el Big Fish, ¿él te hizo el entre en la comisaría? En fin, si colaborás, salvás
tu vida a pesar de matar a mi compañero. Puedo llegar a ese extremo de
clemencia si te portás bien.
- ¿Qué querés saber, indio?– me mira altanero mientras mastica las
últimas palabras y muestra una sonrisa enorme.
- Primero, sobre Elena, ¿qué
sabés de ella?
- Lo último que escuché fue
que la atraparon hombres del Big Fish. Ludovic era el jefe del grupo, un loco
alemán que le debió dar su merecido– Ludovic,
el hombre que me había atendido cuando llamé desde el hotel. No miente. Es
increíble su altanería, a pesar de estar esposado y viendo mis hachas ansiosas
de clavarse en carne fresca habla como si dominase la situación.
- ¿Podés confirmar eso? No
quiero que me ilusiones. Su viaje a Venado Tuerto iba a arreglar todo, ¿qué
pasó? ¿A caso son tan traidores cómo ella?
- ¿Esperás que te conteste?– me cansó. Apoyo, pesadas, las hachas con su
filo en el cuello.
- ¿Esperás que te deje con
vida?
- Sos bueno disuadiendo. Me
caes bien y me tenés esposado a un mueble que pesa más de ciento cincuenta
kilos, por eso te ayudo. Pasame un celular y dejame averiguar– le doy lo que pide, no me preocupa que
rastreen la llamada, a él lo tienen ubicado, no lo obligaré a mentir más de lo
que se anime. Solo necesito saber si Elena vive o murió. Si sigue viva iré a
buscarla y si no será una gran lástima para los míos no darle el castigo
merecido. Él entiende eso, sabe jugar.
4,4,3,2,4,5,1… sisea, escucho el tono libre de la línea del
otro lado y le coloco el aparato en su oído.
- Sí, Felipe… Sí, estoy en la
Agencia… El policía, señor, no jode más… ¿por?.. ¡Cómo!.. ¡Elena se escapó!..
Esa mujer no es normal… Sí, aquí todo ha salido bien… la esperaré… Se sorprenderá…
Me encargaré de ella… Gracias- el celular
se apaga, es apoyado en la mesa frente al mueble que lo apresa.
- Muy bien. Mientras la
esperamos, contame quién sos, a quién acabo de perdonarle la vida por darme la
noticia más bella.
- Mucho resentimiento, me
gusta. Mi nombre es Felipe Ferreira, soy asesino profesional del Big Fish desde
hace diez años y ando por los treinta. No tuve madre, murió al nacer y mi padre
me entregó a una familia narco-colombiana. Al jefe lo recuerdo perfecto,
grandote, corpulento, con el pelo plateado, un traje blanco, anillos en todos
sus dedos, así apareció ante mí cuando tenía veinte años Me vio en una pelea
clandestina, donde yo ganaba lo justo para alcohol y putas. Combatía como una
fiera, pero con sutileza. Se acercó a mi manager y le comentó que buscaba gente
para protegerlo en tierras sudamericanas donde comenzarían a ingresar mucha
droga y armas. Torturé y maté en los noventa. No en los setenta, en esa época
estaba linda la situación por el desinterés de la población – No sé si miente y no importa. Ahora queda
esperar. Va a venir y tengo que prepararme para actuar.
Elena VIII
Descendió del auto, cansada,
sintiendo dolor en cada fibra de su ser. Pisó la acera calurosa y mojada por la
garúa nocturna de la última madrugada. El recorrido, las cuatro horas de ruta,
sirvieron para repasar, otra vez, su historia, como si intuyese el final. Sus
tacos temblaron sobre la vereda rota, pero, rápido, se afirmó y marchó hacia el
edificio gris ubicado en el centro de la ciudad, en Florida, entre Perón y
Sarmiento. Las seis de la mañana la recibían rendida, pero orgullosa de seguir
entera. Llamó el ascensor para ir al segundo piso.
Subió y vio su rostro en el
espejo, su hombro lastimado por el violento cuchillo alemán. Tanteó las
heridas, secas, se preguntó cómo había sido posible el llegar del coche hasta
adentro sin que ninguna persona se aterrorizara con su imagen. El ascensor se
detuvo y cortó su pensamiento. Al abrirse observó luces en la Agencia
encendidas. Metió la llave, ansiosa, esperando lo inevitable, lo deseado, la
sorpresa de encontrarse a alguien dentro.
Empujó la puerta y, frente a
ella, apareció la mole morena, Mapuche, el hombre que necesitaba a su lado para
saber que nada se había derrumbado aún, que un pequeño cimiento se podía
sostener de todo el gran sueño destrozado. Con él a su lado construirían una
alianza que le permitiría reestructurar. Notó, otra vez, una alerta, sintió que
Mapuche mostraba una falsa emoción como si las lágrimas fuesen fingidas. Se
arrojó hacia ella para abrazarla con la fuerza con que lo haría con un pariente.
- ¡Gracias a Neguenechen que
llegó! ¿Qué le pasó, está muy herida?
- Es largo de contar, ya
tendremos tiempo. Pero volví como prometí. ¿Esteban?
- ¡No soportaba más… Elena… a Esteban lo
asesinaron! ¡Esteban… Raúl… Alberto… muertos… todo se fue al carajo!
El rostro de Elena se
ensombrece en una mueca de decepción ante la noticia de Mapuche que muta su
expresión de angustia a otra ambigua, aunque, por otro lado, piensa en la foto
que dejó en poder de Alberto, en su inconsciente satisfecho por una lejana
revancha.
- ¡Tengo al asesino del pibe
esposado, lo estuve interrogando y habló poco, dice que el Big Fish nos tiene
atrapados!
Elena comparte la alegría, sin
perder cautela, ve las hachas en el cinturón, ubicación provocativa,
desafiante. También ve Mapuche tiene a Excalibur encima, lo que la sorprende,
pues el destino las volvía a encontrar y necesitaba explicaciones.
– Bien, por lo menos tenemos a
uno de ellos para continuar con el juego. Veo que estás preparado para
apretarlo con ganas y traes a Alberto con nosotros.- Nota en el rostro de Mapuche
un gesto de incomodidad ante esta observación, pero prefiere por el momento
mantener tranquila la situación y desvía el asunto.- No cuentes nada, no me
adelantes, la alegría es grande a pesar de la perdida de Esteban, en serio.
Quiero que me sorprendas.
- Será una dulce sorpresa,
entonces, una gran sorpresa – susurró Mapuche con exagerada actuación.
Comenzó a seguirlo, despacio,
detrás, para ver y charlar, amistosa, con el cautivo, mientras se ilusionaba con
los vientos propicios. Sonrió. Los pasillos le revolvían la memoria, la llevaban,
de acá para allá, del presente al pasado y a un futuro en que no veía. Marta,
Raúl, Alberto, Mapuche y ella habían sido, en los buenos tiempos, un gran
equipo. Pero ahora, como había expresado el indio estaban todos muertos. Apretó
el paso para seguir los otros que percibía densos y tensos.
- Veo que el viaje a Venado
Tuerto fue bastante violento. El prisionero me había dicho que la habían
matado. – Mintió mientras se frenaba ante la puerta en donde se hallaba Felipe.
- Casi lo logran, pero fui más
dura que ellos. Hemos dejado de formar parte de su grupo y, en consecuencia,
nos convertimos en su presa principal. Tenemos que irnos de acá. No aguanto más
esta locura.
El instinto asesino de Elena
le auguraba que la expresión de Mapuche no era nada amistosa. Este pareció
darse cuenta de su error y mutó la mueca de desprecio a otra de tristeza, pero
ya no parecía tener tanta importancia esa máscara de dolor.
- Una gran pena. Está todo
mal, pero pronto mejorará ¿no? Ya somos dos y tenemos a uno de ellos.
Elena se acercó al cuerpo
detenido ante ella, le acarició el rostro, provocativa, compasiva, piadosa,
falsa. Lo acercó a sus labios hasta casi besarlo.
- Hombre más leal que vos no
vi jamás ni podría conseguir.
Las mejillas del indio se
sonrojaron y su mirada huyó la de Elena que buscaba sacarle un secreto,
descubrir qué tenía en mente y si le iba a mostrar de verás al cautivo. Mapuche
pisó fuerte iniciando el prólogo de la última escena, la actuación del otro
para empezar el juego.
- ¡Venís, con esa yegua hija
de mil puta! ¡Los escuché, soretes, me voy a soltar y los voy a hacer mierda!
¡Meterse con gente pesada!
- Entraré primero. El
prisionero, aunque esposado, es peligroso y no quiero que te pase nada.
Volvió la mirada hacia la
puerta, la abrió, se metió y se perdió a un costado. Elena ya no podía verlo
cuando dio el último paso antes de atravesar el umbral. Lo único que distinguió
cuando dio el segundo, fueron los ojos del cautivo que bramaba. Se enfrentó a
su mesa limpia y grande y al enorme mueble en donde estaba el joven apresado
que la reconoció y frenó sus insultos para saludarla.
- Tanto tiempo, Elena.- Sonrió
Felipe moviendo los ojos, alertando, que mire para atrás.
- ¿Vos?– interrogó, sin mirar
al costado al dar el tercer paso y cruzar el umbral. Ese encuentro la atrajo,
la absorbió, como dormida, posesa, impidiéndole prever el ataque a traición, al
ingresar al cuarto, de las hachas que se hundieron en sus piernas, en su carne,
dejándole un dolor inmenso y la imposibilidad de mantenerse en pie.
El gritó que manó de su
garganta fue tan desgarrador que silenció todo y animó al otro que se movía,
desesperado, para liberarse.
- ¡Qué hacés, te volviste
loco! ¡Hijo de puta! ¡Este enfermo te lavó la cabeza!
- Se conocen, no me extraña.
Pero te equivocás, Elena. – Explicó Mapuche mientras limpiaba la mesa, enorme y
para poner el cuerpo de su víctima sobre ella.- Este hombre me abrió los ojos,
me reveló la verdad sobre mi familia, lo que ordenaste y por lo que Alberto cargó
con una mochila injusta, con muertes humillantes.
Ahora comprendía la
minuciosidad de Raúl por guardar los datos de las misiones, no era para
estudiar los errores, sino para utilizar, cuando lo necesitase, a Mapuche. Se
había llevado esa documentación cuando mató a Marta.
El dolor de Elena era inmenso,
debía hacer algo para librarse. Intentó robar Excalibur del cinturón, pero fracasó al instante. El indio le
golpeó, con el codo, la mano que rozó el arma deseada. Excalibur rodó cerca de Felipe que no la llegaba a tocar ni aunque
tirase todo el cuerpo hacia adelante, el mueble era muy pesado. Lo único que
podía hacer era forcejear para que los tornillos de las manijas donde estaban
las esposas cedieran. Elena no parecía no tener salvación, esta vez, se vio
muerta. Reconoció, entre los papeles, el primero que le ponía ante sus ojos,
una carta escrita por Alberto, la que accionó la bomba.
- Acá están las pruebas, los
papeles y una carta de Alberto, de su puño y letra, donde confiesa toda la verdad.
- ¡Alberto estaba desesperado!
¡Sabía que yo lo iba a ir a buscar y que ustedes se cargarían a Raúl!
¡Necesitaba enemistarnos! ¡No te das cuenta, carajo! ¡Me crees capaz de todo
esto!
Felipe observaba la escena,
mudo, sin entender tanta excitación, disfrutándolo, mientras luchaba para
liberarse de las malditas esposas, aflojando de a poco los tornillos. Mapuche,
extasiado, loco de furor, acercó su rostro al de Elena.
- Y de cosas peores, zorra… te
prohíbo hablar así de mi único amigo en estos años… y por tus putas tretas… tus
putas tretas de zorra terminó muriendo, humillado, suicidado. Te mereces sufrir
tanto.
Con furia, fría y seca, le
clavó, otra vez, una de las hachas. Desde el hombro derecho Mapuche levantó,
vertical, el cuerpo de Elena, con fuerza descomunal, lo puso cara a cara, metió
las manos en la sobaquera de ella. Estaba desarmada, casi desnuda. Mientras
esto ocurría, Felipe se estiraba desesperado por agarrar, con los pies, la Excalibur que brillaba solitaria y
ansiosa de entrar a jugar. A pesar del esfuerzo, no podía dejar de observar,
anonadado, a la bestia que mantenía en el aire a la hembra como un espantapájaros.
- Sos el ser más podrido, con
menos moral que conocí- susurró Mapuche con odio.
- ¡De qué moral me hablás!
¡Idiota, sos la misma mierda que yo, asesino, sicario, hijo de puta! ¡Me estás
matando y me hablás de moral! ¡Tu puta ley del Talión, al final te morfaste la
mierda de esta civilización, indio del orto! ¡Te saqué del hoyo! ¡Te manipula
el poder y eso acá soy yo! – rugió Elena furiosa.
La respuesta de Mapuche al
agravio fue otro hachazo al otro hombro haciéndola caer al soltarla, dejándola
rendida. Esta vez Elena no gritó, no deseaba seguir dándole ese goce a la bestia
que disfrutaba con su sufrimiento aunque sintiese a la muerte cerca.
- Mujer estúpida, no tenés
poder sobre mí, ni sobre nadie. Tus reglas pudieron haber borrado mucho de mí
en estos años, pero nunca cambiaron mis raíces, los valores de mi tierra y de
mi gente. Recuperaré lo perdido ofreciéndole tu sacrificio al dios de mi
tierra, Neguenechen.
Clavando los dedos en las
heridas de ambos hombros, la levantó, poniéndose de espaldas a Felipe,
olvidándolo, descuidando el arma cercana y la fuerza que lentamente, como él
había hecho horas atrás, lo liberaba del lugar donde estaba esposado. Lo olvidó
para iniciar la venganza que tanto había deseado, desde que supo la verdad.
- Al final, tenés razón,
Elena, ¿quién puede discutir de moral o
ética en un mundo que se fue a la mierda? Tu clase me da asco.
Con fuerza brutal arrojó el
cuerpo sobre la mesa, le extendió brazos y piernas en cruz, atándolos. Cuatro
cuchillos clavados en las esquinas de la mesa sirvieron para eso. Se daba
inicio al ritual de revancha esperada y soñada. De una pequeña mesa ratona que
estaba cerca, Mapuche sacó dos de las botellas de alcohol y un pequeño soplete
para comenzar con la tortura. Convertiría esa brutalidad en diversión sádica
para sí y justicia para su familia. Encendió el fuego del aparato, quemó las
heridas producidas por sus hachas frenando la hemorragia, cocinando la carne,
llagándola, para luego tirarle alcohol y verla retorcerse, sufrir, de un dolor
insoportable.
- ¿Arde? No sé si más que el
infierno en el que te vas a incinerar. Por fin vas a pagar, a sufrir, todas las
muertes que causaste en tu vida…